miércoles, 5 de junio de 2013

Runas


Cuando leíste en las runas, me dijiste que a finales de verano, si no recuerdo mal el tiempo, mi vida sería como hacer rafting y que podría suceder que bajara por las corrientes del río controlando y llegando en buen estado a la orilla mansa o bien que el descenso no se viera conducido por pericia alguna y alcanzara su término en estado deplorable.
No tengo ni idea de lo que sucederá. Mientras tanto, a ratos, leo tus poemas, y además, también a ratos, empiezo ya  a meter el pie en las aguas del río revuelto,y sin ni siquiera mojarme los dedos del otro pie, empiezo ya a desprenderme de ciertos pesos para bajar más ligera por las aguas bravas que me atienden.
Y, quizás ya de antes de la noche que sacaste las piedrecitas de un pequeña bolsa que te cabía en el bolsillo,    recuerdo un cuento titulado Cómo perdí al fin mi corazón, que transcribo en este blog, aunque no todo hoy.
Su autora es Doris Lessing.
Justo: gracias por estar ahí.

Sería sencillo decir que empuñé un cuchillo, me corté en un costado, extraje el corazón y lo tiré; pero por desgracia no resultó tan fácil. No es que a menudo me faltaran ganas, como a todo el mundo, de hacerlo. No, sucedió de un modo distinto, y no como yo lo había esperado.
 Fue justo después de que almorzara con un hombre y tomara el té con otro. Había vivido con mi acompañante de almuerzo durante (más o menos) cuatro años y siete meses. Cuando me dejó para encontrar nuevos horizonte, estuve dos años, ¿ o fueron tres?, medio muerta; mi corazón era una piedra imposible de cargar, como si el peso de todo reposara sobre ella. Luego, poco a poco, me liberé, y con dificultad, porque mi corazón abrigaba el recuerdo de mil adhesiones a mi primer amor; aunque desde otra perspectiva podría considerarse con toda legitimidad como mi segundo amor verdadero ( mi padre fue el primero) o el tercero ( si se tiene en cuenta a mi hermano).
 Así lo dice la canción popular:
 Solo he amado a tres hombres en mi vida,
 a mi padre, a mi hermano y al hombre
 que me robó la vida.

Pero si se considera el asunto con distancia, sin involucrarse desde dentro, podría decirse que es (quizá, no lo recuerdo bien) el decimotercero, si bien eso supondría ignorar la verdad emocional interior. Porque todos sabemos que esas aventuras o líos amorosos que uno incluye entre los amores serios, aunque pueden llegar a ser decenas, en realidad no cuentan.
Este modo de entender las cosas hace infeliz a mucha gente, porque, como es bien sabido, lo que no tiene importancia para mí puede tenerla para ti.
Pero no hay modo de vencer esta dificultad, ya que un amor serio es lo más importante en la vida, o casi. En cualquier caso, la mayoría de nosotros nos dedicamos a buscarlo. Incluso cuando tenemos algo muy serio con una persona, todavía miramos de reojo por  si de manera inesperada topamos con un desconocido que pueda convertirse en algo todavía más serio. Estaremos todos de acuerdo en que tenemos derecho a probar, analizar, sorber y catar a miles de personas en nuestro camino hacia la verdad. No resulta exagerado decir que en nuestro círculo probar y catar probablemente sea la segunda actividad más importante; la primera es ganar dinero. O en otras palabras: " Si vas en serio, te vas tirando a todo el mundo que se presta hasta que algo hace clic y estás absolutamente convencido".
 Pero me he alejado del punto de partida: yo consideraba al hombre con el que comí (lo llamaremos A) mi primer amor; y sigo pensándolo, a pesar de los freudianos, que insisten en juzgar a mi padre como A y posiblemente a mi hermano como B, convirtiendo al primer amor (verdadero) en C. Y a pesar, también de aquellos que pudieran preguntar: ¿Qué hay de tus dos maridos y de todos esos amantes?