Ana me mira altiva, ojos profundos , pegados sus cabellos trazando perfecta línea hasta el lóbulo de su oreja derecha, y ahí, hacia atrás, recorriendo su cuello, blanco, desnudo, perfecto.
Es su última imagen antes de salir de casa.
El traqueteo del tren es traqueteo distinto dentro del tunel. Y cada vez que salgo de uno, sé que voy a entrar en el siguiente. Y ya no sé si el tunel me cobija o me engulle y si fuera cojo aire o me encojo.
Pero ya llegamos a la estación, y aún con bruma, las luces amarillentas de las farolas adivinan perfiles curvados por el frío con maleta en mano y cuellos subidos más allá de las barbillas.
Ana persiste en mi memoria.
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