martes, 13 de marzo de 2012

Relato de geishas, pero no en Oriente

Roma

Se habían encontrado después de siete años, y esta vez en Roma, en el Vittoriano. Jukichi bajaba la escalinata sin percatarse de que Mario había detenido su paso ascendente hacia el museo,  intentando asimilar la imagen que tenía ante sus ojos. Cuando prácticamente chocó con él, tardó unos segundos en abrir sus labios delicados (primero penetró la mirada de él con su mirada), y con alegría contenida, acercándose más a la formalidad que a la sorpresa espontánea, le saludó interesándose por su persona y el motivo de encontrarlo, inesperadamente,  en Roma. ¿Quizás ahora vivía en esa hermosa ciudad?. Desde luego, él tampoco podía imaginar verla a ella algún día en Italia, tan lejos de Tokio, y después de tanto tiempo. "Me hospedo en un hotel cerca de la piazza Navona con mi marido". Le dijo el nombre del hotel, su nombre de casada y se despidieron.

Mario no se había atrevido a preguntarle cuándo dejó de ser geisha, y, aquella noche, solo en su apartamento, sintió el recuerdo de la piel de ella en sus manos, recorriéndola lentamente, mientras ella, después de haber dejado caer su kimono, quitándose casi al mismo tiempo su ropa interior, yacía tumbada en el futón, con los ojos cerrados, y los brazos inertes a los lados de su níveo cuerpo. Igual que entonces, Mario notó crecer y endurecer su poderosa masculinidad, y siguió recordando la boca entreabierta de Jukichi, con la punta de la lengua rozando su propio labio inferior y llevando su voluptuosidad y su deseo a su cuerpo todavía quieto, pero que empezaba  a agitarse suavemente porque notaba el cálido aliento de él muy cerca.

1 comentario:

  1. Hasta el mismo Mario Loppo se levanta de la tumba para leer este relato, que espero que continúe, porque lo has dejado un poco antes de lo mejor

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