viernes, 16 de marzo de 2012

Relato de geishas, pero no en Oriente II

En el hotel

Conducía su coche abstraído, y el tráfico denso de Roma a esa hora no daba lugar a  permitirse demasiadas maniobras, así que se conformó en seguir detrás de la furgoneta, como un autómata en su forma, pero con su mente en el bullicio de pensamientos incontrolados, deseos inaplazables y fantasías de una imaginación sin límite.El hotel quedaba ya sólo a dos manzanas y,  después de recibir el sí ansiado por teléfono, ya había dado por sentado que lo mejor sería dejar el vehículo en el parking de la calle adyacente y no perder tiempo en nimiedades que lo distrajeran del mundo que se abría ante sí: el placer de los sentidos al que le llevaba Jukichi.Volvía a su ensoñación la imagen de unas caderas sinuosas detrás de un vestido de verano de tela ligera y vaporosa de color gris suave, casi blanco, que resaltaba su piel bronceada y su cabello negro.

Los tejanos ceñidos, la camiseta blanca de delgados tirantes y el pelo revuelto le daban un aspecto sugerentemente desaliñado, como si se hubiera vestido con prisa sin haberse desperezado del todo del sueño de la noche. La atrajo  primero hacia sí mirándola como un sátiro y,  empujándola rápidamente después encima de la cama de espaldas a él, sólo tuvo tiempo de bajarle a medias sus pantalones y ropa interior y penetrarla sintiendo cómo caía en un abismo. Se despertó, todavía excitado, y comprobó que Judith, dormida plácidamente a su lado, seguía siendo la mujer a la que quería.

1 comentario:

  1. Lo malo de los sueños es eso, que solo son sueños. Lo malo de la realidad, ay, aún es peor. Y es que es real.

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