viernes, 23 de marzo de 2012

Con rumbo

Estaba pensando que cada símbolo tenía su realidad y que quizás, con suerte, por azar, podía descubrirlo. No se refería a las grafías o dibujos que ahora mismo observaba sentado en la sala de embarque del aeropuerto, no. Su idea era algo más abstracto, lo que se puede intuir y estás a la espera de que suceda. No inventas, sino que imaginas, porque partes de un ¿presentimiento?, de una ¿sensación? y navegas todavía por el río de la ficción hasta que, al alcanzar la orilla el símbolo se ha convertido en realidad.
Por megafonía anunciaron su vuelo y se dirigió a la puerta indicada. Dejaba Ciudad del Cabo para encontrase con Blanca en Durban. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? El suficiente para que sintiera una mezcla de melancolía y cierto temor ¿a lo desconcocido?. Extrañas a una mujer y luego dudas de si se habrá convertido en una extraña.
Cuando llegó a la ciudad era media tarde y el calor y la humedad se pegaban a su piel, y por ello y por la ansiedad que notaba al aproximarse al hotel del malecón, hubiera preferido seguir en el velero para turistas que la mañana anterior le llevaba de regreso a El cabo, sentado en la proa, con la brisa del océano en la cara. Pero ya estaba en el Royal, y al preguntar por ella en recepción le indicaron la mesa al lado del ventanal, su figura perfilada por la luz que entraba a raudales, distinguiendo, aún así, un fondo de barcos mercantes atracando en el puerto.
Primero había sido sensación, intuición suspendida en el abismo, durante su largo viaje por África. Había tenido tiempo en su periplo de libertad de convertirlo en imaginación, deseo, en un dejarse llevar sin acotaciones. Ahora el símbolo se convertía en realidad. Blanca levantó suavemente, sin prisa, su cabeza, apartando los ojos del libro y le sonrió. Sus labios expresaban lo mismo que su mirada: alegría serena.

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