miércoles, 4 de enero de 2012

La playa atestada

Era mediados de Agosto. Desde la terraza de la habitación de mi hotel podía observar la playa atestada. Me senté en la tumbona sin sentarme en ella, ensimismada como estaba en mi sentir, en mis emociones, como si mi mente llegara antes y después mi alma, o al revés. Algo se me escapaba, era una sensación de irrealidad, de no haber vivido esos momentos, horas, días...¿Quizás porque era la primera noche que dormía sola desde que nos habíamos conocido?. La tarde anterior recorrimos los bares musicales, como muchas otras tardes y después de una siesta prolongada en su apartamento. Habíamos hecho el amor. Al terminar de comer nos desnudamos. Él me estaba esperando en la cama y me abrazó, susurrando que me quitara las bragas. Nos besamos, besos cortos y tiernos, nos amamos, le besé el cuello, el oído, el me acarició...Yo quería caber dentro de él, quería ser más pequeña que él y doblé las piernas, tocándolo con las rodillas, y de esta forma,con sus brazos, con sus manos llegó a mi culo y fue como si lo tuviera todo contenido en sus palmas. Nos excitamos. Cogí su pene duro y seguimos besándonos los labios, inclinándose encima de mí, mordiéndome el pezón con fuerza. Gemí y me penetró, con todo su ser y me embistió sin salir, empujando, arqueando mi espalda, gritando sin gritar y nos corrimos. Y así estuvimos, respiración con respiración, piel con piel, labios buscando labios, agradecidos, compenetrados. Lo amo, pero no se lo dije.
Nos había alcanzado el inicio de la tarde y nos lanzamos a ella, recorriendo los bares musicales como muchas otras tardes. Llegó la noche de verano, con olor a mar y pino, con las manos entrelazadas y los pies en el vaivén de las olas que morían en la orilla. Me miró. No supe qué me estaba diciendo. Sus ojos no tenían fondo y miraban en el mío."Hasta mañana. Ven a la playa atestada".
Me levanté de la tumbona de la terraza de la habitación de mi hotel y bajé a la playa atestada, y aún así lo encontré y le sonreí. No era él, era otro, y aún así lo reconocí y le sonreí. Estaba sentado en la arena esperándome. En su mano derecha sostenía un papel blanco y doblado. Alargó el brazo y me dijo : "Te he escrito una carta". Lo miré, creo que sin expresar lo que sentía por dentro, y recogí la carta de la mano de mi amigo,  de la mano del amigo del loco, de la mano del loco.

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